El examen transcurre sin contratiempos. Se comenta la excelencia en debate de Rimpoché y son evidentes los signos de nervios y orgullo en el rostro de Guen Tubten, que comprueba con alegría como su maestro se manifestando poco a poco, de una manera brillante.
Siguen los preparativos, y Guen Tubten, no tiene muy claro qué sentir. Suda sin parar y no es capaz de articular más de cuatro palabras seguidas con cada uno de los invitados que se acerca a hablar con él.
En un pequeño salón presidencial se dispone todo. Un trono para Rimpoché y cojines puestos en el suelo longitudinalmente para acomodar a sus familiares. La gente que accede al salón ofrece una KATA (bufanda de seda blanca) a Rimpoché y otra a cada uno de sus familiares. La mayoría de los monjes de Nyare Khangtsen ( nuestra casa monástica) hoy son anfitriones, así que tienen un día lleno de labores; limpieza constante, recados y sobre todo zafarrancho de cocina. Una veintena de personas permanecen durante todo el día en el sótano-cocina desde las 6 de la mañana cortando docenas de kilos de vegetales y picando enormes trozos de carne, amasando panes tibetanos o haciendo los ilustres momos, que son empanadillas con carne especiada y cocidos al vapor. Durante todo el día el ritmo es frenético.
Al atardecer, los familiares de Rimpoché se van del monasterio y los monjes más pequeños se rinden al cansancio y al sueño mientras los adolescentes y mayores se quedan en el gran salón jugando a varios juegos de mesa. Esta es una de las pocas ocasiones en que el juego y la dispersión están permitidos por el Khangtsen Gueguén. El Khangtsen Gueguén es el responsable de hacer que se respete la disciplina monástica en nuestro khangtsen. Entre sus labores están las de vigilar que se respeten las horas de estudio, asegurarse de que todos van a la escuela y cumplen con sus deberes, y lo realiza con brazo de hierro y marcialidad delirante.
Es un hombre joven de ojos grandes con un bigote que recuerda mucho al que lucía Cantinflas, pero sin ningún sentido del humor. Jamás se le ha visto levantar la voz por encima del susurro, y aún así es temido y respetado. A muchos monjes se les hace muy difícil soportar su dura disciplina, pero acatan sin titubeos.
Justo cuando Guen Tubten suspiraba de cansancio y porque todo terminara, entra en el salón el Khangtsen Gueguén y todos inmediatamente abandonan sus partidas y se ponen en pié. Hace los debidos ofrecimientos a Rimpoché y se dirije a Guen Tubten al que sujeta cariñosamente de la mano. Sin soltarse las manos, ambos se dirijen a un par de sillas colocadas en el pasillo exterior. El Khangtsen Gueguén tuvo la deferencia de salir fuera, ya que de haberse quedado dentro no creo que continuaran los juegos.
Los dos charlan amigable pero formalmente, sin que nadie les escuche. Fue en ese preciso momento, justo despues de que se le recordara que ya estaba, que era suficiente, y que lo había hecho bien, cuando a Guen Tubten le subió una bola desde el estómago que se materializó en el llanto mas conmovedor.
Era el techo de una vida, de una vida en el Otro y para el Otro. El culmen de una vida de exiliado, de expatriado, de miseria, de refugiado sin pasaporte. Una vida de añoranzas y recuerdos de un país que ya no es suyo, y al que nunca voverá. No habrá más decepciones ni se volverá a sentir inútil. Ha entendido la enseñanza que estaba latente dentro de él, y eso le hizo llorar. Hacia la cura, no hay vuelta trás.